miércoles, 26 de mayo de 2010

cuento: HOJARASCA

HOJARASCA

- ¿Quién te dijo eso?
- ¡…!
- Uno no puede andar oyéndole todos los ruidos al monte.
- ¿…?
- Que por muy hombre que uno se sienta no tiene el derecho de ir desgajando a los demás como si fueran árboles secos.
- ¿!...!?

Entones el Isleño se acerco a la ventana, perdiendo la vista en el lomerío y con una oración secreta conjuraba a todos nuestros antepasados los, canarios. Lo se porque un día de esos en los que se asomaba a la ventana me hice el que necesita coger aire y salí para afuera de la bodega, entonces como el que no le importa nada le mire a los ojos…
- ¡Tiene que haberse dado cuenta!, le dije a Bebi al otro dia, allá en el camino cuando iba por agua. Tiene que haberse dado cuenta por la cara que puse, -balbucee para darme ánimo-, lo cierto es que allí mismitico donde nace la niña de sus ojos vi desfilar sierra abajo los fantasmas de todos sus antepasados: ¡Los Canarios!
- ¡Mira muchacho que isleño en estos lugares no hace sus conjuros! Y aguijo Bebi la yegua dejándome mucho más enrredao que el bejuco indio…
- …Atiende Romualdo la única verdad que existe es que nacemos para morirnos después, la muerte es la única cosa que tenemos segura en este mundo, lo que va en el medio se lo va poniendo uno poco a poco. Cada ser humano tiene sus propias estaciones como lo tiene la propia naturaleza. Cada cual posee un camino que seguir por muy raro que nos parezca… Así me hablo el Isleño cuando se aparto de la ventana, algunos jugaban dominó mientras seguían con el tema tratando de abrirle un trillo a la tarde.
- El Isleño haló un asiento y fue a recostarlo contra el marco de la puerta principal, quizás por el calor que hacia o para dejar que la tarde tropelara un poco. Era domingo y todo el mundo había llegado temprano. Hilario el bodeguero pagaba media botella de ron a la pareja que levantara a los Ventura de la mesa del dominó. El Isleño no bebía, seguía allí sentado desnudando con la mirada el lomerío sin importarle el bullicio de adentro…
- Seguro las jutias se dejan ver poco por la seca que esta haciendo. Dije acercándome a la mesa del dominó después de hablar con el Isleño.
- ¡Se pasan el día encueva pa´salir por las noches na ma! Afirmo uno de los Ventura. De ahí pasaron al ganado y los posos que se van quedando sin agua allá en el llano.
- Menos mal que si aquí la sed aprieta, las cuevas nos tienen su poquito de agua guardado. Soltó Hilario siempre de intermediario detrás del mostrador.
- ¡¡Zapatero!! Grito alguien desde la mesa.
- ¡Hilario descórchala!, que ya los Ventura se van. Crujió la voz del Colorao desde el otro extremo de la mesa. La algarabía fue grande ya caía la tarde y alguien tenia que ganar. Casi nos íbamos cuando se levanto el Isleño.
- Pon un vaso, Hilario, dijo el Isleño todavía con el asiento en la mano.
- ¿Aguardiente o Santiago? Va por mi cuenta. Disparo Hilario pertrechándose detrás del mostrador a sabiendas de que ahora si comenzaba la tarde.
- Aguardiente que el tiempo no esta pa´otra cosa…Y se bebió el vaso de un trago como quien limpia el cañón del fusil. Nosotros nos fuimos sentando de nuevo, hasta que se quedo él solo en medio del salón, con una mano apoyada en el asiento y la otra en el vaso seco presto a oír la conversación… Dicen ustedes que estuvo veinte años haciendo esperar a la mujer pa´casarse a sabiendas de que en cualquier momento se le podía morir y que cuando se le murió, empezó a tener unos encuentros por las noches en el platanal…porque nunca más se le vio con mujer alguna; Dicen ustedes como ¡¡DICEN!! Los que les contaron a ustedes que esos encuentros eran con otros hombres y lo afirman porque nunca vino aquí a darse los tragos con nosotros… y por eso nadie lo ayuda, ni le dan el saludo y yo me pregunto: ¿Cómo es que los que ¡dicen! Pueden saber para decir? A no ser que ellos mismos…
…y dejaba la frase apuntalada con la mirada, escarbando en nuestras caras como si fuese a sacar un ñame. Hubo un silencio, yo hubiera jurado que esa tarde sí llovía por lo pesada que se puso la atmósfera, el más viejo de los Ventura se levanto del asiento diciendo un ¡ah, cara! Cual viento de agua que viene abriendo el camino a la tormenta… hasta que una voz medio entrecortada quebró el aire desde el mostrador:
- Otro trago… uno mas Isleño, aquí todos somos hombres.
- ¡Y bien machos, coño! trono otra voz, desenfundando el machete, ya rojo por el calor…
…yo me acerqué por detrás sujetando por el hombro al menor de los Ventura, mientras sentía debajo de mi mano el temblor del perro jíbaro cuando se ve acorralao. El Isleño inmutable, con aquella paciencia que lo distinguía en lances como estos se acerco al mostrador sin quitarle la vista de arriba a los Ventura, Hilario llenó el vaso hasta la boca… todos estaban de pie expectantes. El Isleño se fue tomando el trago tan despacio como si el ron no fuera a llegar nunca al estomago… miro lentamente a cada uno de nosotros, se sonrió, liberando lo que quedaba en el fondo del vaso lo tiro hacia arriba… El vaso daba vueltas y vueltas, parecía que nunca iba a caer, el silencio era plomizo; todos estaban tiesos como esas piedras de rayo que uno se encuentra por ahí en los potreros, no sé si por un momento cerré los ojos pero pude ver cuando el vaso cayó en su mano y lo puso en el mostrador.
- Nadie lo pone en duda. Uno puede escoger el camino que quiera y hasta torcerlo si así lo desea… Aseveró el Isleño regresando al asiento; La sangre fue regresando a los cuerpos y cada uno se fue sentando, el menor de los Ventura enfundo el machete, yo respire por primera vez en mucho rato. Ya no olía el olor a monte, a jíbaro, una calma llego del sur entrando por la puerta y las ventanas.
- ¡Ahora bien! Lo que sí no se tiene, es el derecho de ir por ahí desgajando a los demás como si fueran árboles secos; y mucho menos sacarles cáscaras… Y se apoyaba en el asiento inclinándose hacia nosotros, de vez en vez lo zarandeaba entre sus manos, yo trataba de descubrirle algo en su mirada pero no podía había muchas ramas que no me dejaban llegar hasta sus ojos… Lo único real de todo esto es que.. ahí esta ÉL, encerrado en su casa, no quiere hablar con nadie… en cueros todo el tiempo… quizás para purgar toda una vida pasada… O medio loco según aseguran quienes le llevan comida, en una única penitencia de vivir su historia hasta que se la lleve un día a la tierra… ¡Que tengan buenas tardes!
Y se marcho encasquetándose el sombrero, dejando el asiento dando vueltas en medio del ruedo. Nosotros nos quedamos mirándolo mientras subía por el trillo, hasta que la vista nos trajo la sensación de que ya no era el Isleño sino un tocororo perdiéndose en el lomerío. Trán tán trán canto el asiento al caer contra el piso, yo volví mi cabeza y vi a Hilario aún con la boca abierta detrás del mostrador. Entonces le pedí otro trago, el último de aquella tarde.